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OPINIÓN-EMILIO GOYANES - YUZIN CLUB CULTURALLos zombis no me caen bien. Odio las películas de zombis y sin embargo me acabo de comer las 10 temporadas de The Walking Dead de una sentada. Si uno quita de en medio a esos angelitos —que caminan en hordas en dirección a ninguna parte—, lo que queda es un alegato sobre la crueldad humana.

En los ratos que me dejan libres mis amigos excell y word, estoy escribiendo sobre un nuevo espectáculo que tiene que ver con los años 40 en Madrid, desde la visión de mis padres: la Cárcel de Porlier y El Rancho Grande, una especie de campo de refugiados en pleno centro de Madrid, en el que vivían. Y de nuevo aparece la crueldad humana en todo su esplendor.

En este momento las estamos pasando canutas, con toques de queda, confinamiento, vida a medio gas… pero, cada vez que oigo a alguien quejarse, me viene a la cabeza la jefaza Michonne con su katana o mi abuelo condenado a muerte durante 12 años o Marcos Ana, el poeta republicano que estuvo 23 años en las cárceles de Franco… y me dan ganas de decir: «no valemos pa na».

El arte de la escena es viejo como el mundo y ha pasado por demasiadas vicisitudes como para que nos vengamos abajo. La gente de la cultura somos un poco vikingos. Estamos hechos a la crisis, a reinventarnos, a vivir en la cuerda floja. Muchos de nosotros hemos comprendido a golpes que solo debemos preocuparnos por lo que podemos resolver, por los asuntos en los que podemos influir. Preocuparse es lo que uno hace antes de ocuparse. Es una actividad de riesgo.

En la novena o décima temporada de los zombis, en una de las comunidades, llamada El Reino, tienen un proyector de cine, pero hace 5 años que se fundió la lámpara. Deciden ir en misión suicida a un cine abandonado lleno de zombis hasta la bandera para buscar una. Después de unas cuantas heridas y de machacar 70 u 80 cráneos, consiguen la lámpara, vuelven al Reino y proyectan una de dibujos animados. Los más pequeños nunca han visto una película. Toda la comunidad ríe emocionada con las caídas de Goofy. Por primera vez en mucho tiempo ríen juntos, por primera vez en años sienten que están haciendo algo más que sobrevivir.

A veces pienso que somos más bien del sector sanitario. Convocamos a la comunidad en una ceremonia civil para crear lazos, para provocar en los cerebros y los cuerpos de los asistentes una vivencia común, para hacerles imaginar y sentir al unísono. Eso es curativo.

Vivo en Granada desde hace 29 años, casi la mitad de mi vida. Amo esta ciudad y a los compañeros de oficio, que se han convertido en mi familia. Granada es un polvorín de creatividad, un almacén de explosivos deseando reventar, lleno de música, teatro, danza, circo, magia; es el Berlín del sur de Europa, pero con redobles de tambor.

Volveremos a ver los teatros llenos, no me cabe la menor duda. Algunos políticos seguirán pensando que somos el enemigo y no les faltará razón. Otros nos dorarán la píldora, pero nos tratarán como si fuéramos el enemigo. Sea como sea, a nosotros nos han dibujado así: seguiremos imaginando nuevos mundos, entre Alejandría y El Rancho Grande, con el simple objetivo de crear algunos de esos momentos efímeros en que todos los corazones laten con el mismo ritmo.

Los zombis acabarán por extinguirse, la epidemia pasará y nos hallaremos, sin comerlo ni beberlo, en un mundo nuevo. Atentos, porque ese mundo es nuestro.

Emilio Goyanes

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